Amigos en el Camino Angosto.

Serie: En el Llamado.

 »Entren por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella. Pero estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la encuentran.

Mateo 7:13-14 (RVC)

En mi juventud tuve muchas amistades. Como toda la gente joven, me gustaba estar con otros jóvenes. Puedo decir que realmente el deleite de mis años de adolescencia y juventud fue la buena amistad que tuve con quiénes reía y aceptaban compartir su juventud conmigo. Creo que entiendo bien a los jóvenes que pasan horas con el celular en mano, yo también pasé multitud de horas al teléfono platicando con amigos. Mamá me dejaba usar el teléfono por las tardes. Usaba un teléfono gris que estaba en la entrada de la casa y que rechinaba al marcar; eso delataba cuántas llamadas hacía. Eran muchas.

Realmente pensé que siempre tendría multitud de amistades, que llegaría a tener un millón de amigos como reza la canción de Roberto Carlos. Pero repentinamente algo sucedió. A los 19 años mi gran red de amistades se redujo a un puñado. ¿La causa? Me bauticé. Justo al salir de las aguas del bautismo el Señor me llamó a servirle. Fue un llamado radical que me hizo dejar todo juego y travesura de juventud. De pronto se desvaneció la compatibilidad que tenía con mis amigos; me amaban y los amaba, pero entre nosotros era como si unan señal de tránsito hubiera aparecido conduciéndonos por caminos separados. Casi instantáneamente se hizo evidente que Dios me llamaba a entrar por la puerta estrecha y a andar por el camino angosto.

La separación se marcaba a pasos agigantados. Los amigos ya no buscábamos lo mismo, no reíamos con lo mismo, ni soñábamos con lo mismo. No había pleitos de fe entre nosotros; pero el llamado a una vida dedicada al servicio a Dios nos llevaba por rutas diferentes. No podíamos evitar separarnos; aunque queríamos nutrir nuestra amistad, nos llegó el momento de seguir nuestra ruta por separado, conforme al llamado que teníamos. Mi ruta me demandó dejar todo para servir Cristo.

Dejar de nutrir mis amistades de juventud fue parte de la experiencia de mi llamado. No fue fácil; fue necesario. No sé si esa experiencia es para todos; pero hoy aquella separación desgarradora me invita a orar por todos aquellos que Dios está llamando a su servicio. Pienso en los jóvenes que consideran estudiar en el STN y me pregunto; ¿podrán seguir nutriendo sus viejas amistades como lo hacían cuando no habían rendido su vida en servicio al Señor? ¿Podrán estar internados sin ver por meses a sus amigos entrañables? ¿Podrán poner en más alta prioridad a sus estudios que a sus amigos?

Me respondo convencida de que sí podrán. Los discípulos de Jesús son el mejor ejemplo de lo que Dios provee a los que andan por el camino que lleva a su servicio. Pedro, Juan, Andrés, Felipe, Tomás junto con el resto de los Doce Discípulos fueron amigos entrañables; cada uno dejó amistades; pero también recibió el regalo de Dios. Recibieron amigos que precisamente también habían dejado a sus viejos amigos, que también habían tomado la perilla de la puerta estrecha, y que también se habían humillado para entrar por ella.

En el STN, los nuevos amigos de aquel que anda por el camino angosto se encuentran en sus aulas, ahí hombro a hombro los nuevos amigos se preparan juntos para servir a Dios. Esos nuevos amigos jamás reemplazan a los viejos amigos que se dejan atrás; su presencia más bien mantiene latente que Dios está acompañando en ese camino angosto. Con esa provisión de nuevos amigos Dios regala enseñanza, consejo y compañía que perdura toda la vida. Por eso, al estudiar en el STN, los nuevos amigos sólo son nuevos por un breve instante, todo el que estudia ahí sabe que rápidamente nuestros nuevos amigos llegan a ser nuestros viejos amigos que nos acompañan en nuestras andanzas del camino angosto.

Gabriela Tijerina-Pike, PhD

Rector STN

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