La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies.
Lucas 10:2 (RVR1960)
En el año 1520 el reformador Martín Lutero debatía sus posturas y demandas teológicas ante las autoridades alemanas. Como monje agustiniano su obligación era presentarse ante las autoridades eclesiásticas en Roma; pero apeló a su ciudadanía alemana y se quedó en su país a ser juzgado. Esto escandalizó a Europa; pero, significativamente hace 500 años a nadie le escandalizó que un teólogo propusiera reformas para corregir errores del individuo, la sociedad y la Iglesia frente a Dios. Definitivamente eran otros tiempos, tiempos en los que la autoridad eclesiástica regía la vida ordinaria y extraordinaria de la sociedad.
Para bien o para mal eso cambió. Ahora Europa y el mundo entero no se escandalizan por las voces que demandan corregir errores que dañan al individuo y a la sociedad; sin embargo, sí se escandalizan cuando las voces proponen que la corrección sea conforme a las Sagradas Escrituras. Se escandalizan porque la sociedad de nuestra generación es secular; fue educada para aislar las causas y las consecuencias espirituales. Además de aislarlas, también es diestra en dudarlas, ignorarlas, rechazarlas y negarlas. De esa manera la sociedad está celebrando casi dos siglos de regirse bajo el método científico, el cual señala que la evidencia espiritual es subjetiva; por lo tanto, no existe, ni es verdadera, ni es real. Más aún, no tiene voz, participación ni autoridad proponer la manera en que la sociedad debe ser corregida.
La Iglesia por su parte no ha ignorado las circunstancias y situaciones que constantemente atentan con acallar su mensaje de corrección y salvación. Sabiéndose responsable de comunicar el Evangelio de Jesucristo en medio de una sociedad que la rechaza, se ha mantenido alerta y en búsqueda de plataformas que le permitan cumplir su responsabilidad y llamado. Por ejemplo, al igual que sucedió en los primeros siglos de su existencia, la Iglesia sabiamente sigue preparado hombres y mujeres para dar testimonio de Cristo mientras realizan sus oficios y profesiones cotidianas. Algunos ocupan plataformas de gran audiencia, otros saben agruparse para que la voz tenga eco, y otros más prevalecen individualmente como baluarte inamovible de la Verdad.
Sin embargo, es necesario enfatizar que en una sociedad secular es relativamente fácil y sencillo preparar a hombres y mujeres con oficios y profesiones para que sean testimonio de la Verdad. Es fácil porque la sociedad misma llama, apoya, costea y produce esos trabajadores con oficios y profesiones. La sociedad se organiza para preparar a la siguiente generación de trabajadores que ofrecerán beneficios en servicios y productos. En esta organización se generaliza la métrica y la productividad esperada. Todos sabemos lo que un maestro, un zapatero, un comerciante, un conductor, un herrero, un policía ofrece. Podemos medir su desempeño y rendimiento. Sabemos qué tan útil y necesario es su participación y contribución en la sociedad.
Por eso reiteramos que para la Iglesia es fácil preparar a esos hombres y mujeres con oficios y profesiones, basta agregar a su educación la preparación de cómo ser testimonio de Cristo en la sociedad. En cambio, lo que es difícil y desafiante para la Iglesia es precisamente preparar a los que cuyo oficio y profesión no se mide conforme a lo propuesto por la sociedad. Es decir, es difícil y desafiante la preparación de hombres y mujeres cuyo oficio y profesión será precisamente aquel que la sociedad secular no acepta porque lo juzga como inútil e innecesario, inclusive lo rechaza como falso e indigno. Por ello la dificultad y el desafío de preparación no radica en la complejidad de preparar ministros; sino en que la sociedad ha tenido tanta influencia en la Iglesia, que ha llegado cegarla en su responsabilidad de preparar a sus evangelistas, maestros, pastores, consejeros, adoradores y siervos.
La consecuencia de esto es que la Iglesia tiene pocos ministros preparados. Son pocos y seguirán siendo pocos en proporción a la secularización de la sociedad. Entre más secular sean las comunidades en las que nos desenvolvemos, menos importancia le darán a la preparación de los hombres y mujeres que contribuyen a la sociedad con la corrección espiritual que necesita conforme a las Sagradas Escrituras. La única manera en que los ministros dejarán de ser pocos y mal preparados será cuando atendamos el llamado de Jesús, cuando roguemos al Padre para envíe ministros preparados para levantar la cosecha que ya está lista (Lucas 10:2).
Por lo tanto, roguemos al Padre plenamente convencidos de lo que le rogamos. No rogamos por voluntarios sin preparación, responsabilidad y compromiso. No rogamos así porque sería incongruente a toda la obra de salvación de Jesús. Mejor, obedezcamos este mandamiento a cabalidad; roguemos para que entendamos la dignidad del llamado de Dios a ser sus ministros. Roguemos a Dios para que envíe ministros preparados con conocimiento y habilidades que les harán servir a una sociedad secular que no espera ese servicio; pero que es el primero que necesita. Roguemos para que Dios envíe ministros virtuosos y llenos del fruto espiritual para corregir los errores espirituales del individuo, la sociedad y la Iglesia conforme a las Sagradas Escrituras. Roguemos.
Con toda bendición en Cristo,
Gabriela Tijerina-Pike, PhD
Rectora STN